
Caminar por la calle, pensar en... ¿nada? Jamás- Algo siempre rige nuestra conducta, aunque sea lo más banal del mundo. Ahora bien, la reiterada aparición de objetos, imágenes, caras que evocan alguna situación pasada, un ex compañero de escuela... o lo que sea ¿No te hace pensar que ha de traernos algún mensaje?
Creo fervientemente que todo tiene que tener un porqué, que alguien o algo nos quiere dar una señal. Quizá sea algo tan abstracto como el destino, que se manifiesta explicitamente ante nuestros ojos a través de pistas nubladas que nos encarga develar. Las señales han sido desde las antípodas de la historia, una parte importantísima en la vida del hombre: la caída de granizo y la pérdida de una cosecha era interpretado como un mensaje nefasto de los Dioses Griegos o Romanos, la Diosa Demeter de la agricultara habría de quitado su favoritismo sobre aquel clan de aldeanos. El que el viento soplara en tal dirección podía definir el triunfo de una guerra.
En los relatos Bíblicos asimismo, los sacrificios y las señales de Yahvé, como en el caso de la evitación de la muerte del único hijo del viejo Abraham, dan cuenta de la importancia de las señales.
Pero ¿qué significa SEÑAL? Una señal es un símbolo, un gesto u otro tipo de signo que informa o avisa de algo. La señal sustituye por lo tanto a la palabra escrita o al lenguaje, obedece a convenciones, por lo que son fácilmente interpretadas. Es de rigor cultural y captada por los miembros de un grupo societario. Cuando se trata de símbolos, las señales están colocados en lugares visibles y están realizadas normalmente en diversos colores y formas.
En este momento me propongo pensar en señales que vayan más allá de la ontología material urbanística del día a día... creo que la gran masa de cemento que es la metropolis nos hace olvidar un poco de las señales, también esta apatía es producto de la vorágine en la que vivimos día a días. Las señales se reducen a las viales, a las impuestas por los reguladores del juego que es vivir en la ciudad.
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